miércoles, 1 de junio de 2011

Reflexiones

Vivimos acordes a un conjunto de reglas codificado formalmente, en un marco establecido para las relaciones entre los individuos y el medio (y en resto de individuos en el medio). Desde la religión, pasando por la política, la historia, la filosófica e incluso la ciencia han evidenciado la nimiedad humana para entender el orden y clasificar, para poder construir un gobierno justo o coherente; para poder dar a cada cosa el lugar que le corresponde. Pero como todo lo que aprendemos y somos capaces de apreciar, el hombre refleja todo lo que ve y lo imita, y ese concepto de justicia, de necesidad de orden y lugar para cada cosa que se evidencia, también la imita. Y a pesar de la corrupción y la maleabilidad de la mirada humana, el orgullo y la auto complacencia, terminaron generando su propia justicia, su propio universo, sus propias clasificaciones y derechos. Hombres que se creen dioses y cerrando los ojos al orden que todas las cosas ya tenían, no supieron rendirse a la realidad que se presentaba ante sus ojos, a ese orden que contenía la diversidad de cuanto les rodeaba, a ese patrón que a fin de cuentas genero hasta su propia existencia. Y así todavía hoy podemos verlo luchar por crear el lugar de cada cual,por esculpir la justicia social, el devenir y la moral de la raza humana. Sin embargo, Ya lo decía Aristóteles, “así como los ojos del murciélago se ofuscan a la luz del día, de la misma manera a la inteligencia de nuestra alma la ofuscan las cosas evidentes”

Mira a tu alrededor; en una sociedad regida por la masa, el interés y el consenso de las virtudes, la coherencia del movimiento social, se deshacen en la rendición a la moral global, empaquetada y lista para consumir en aras del interés, de la economía y la política; no podemos mas que hablar de sed, de incomprensión, angustia, decepción y vació. Pues como decía Aristóteles “la multitud obedece más a la necesidad que a la razón y a los castigos más que al honor”. Así, alimentados con espejismos, con viejas mentiras que se dejan fácilmente atrapar; no existen la coherencia ni la consistencia necesarias para aferrar esta adormecida red de conciencias que da, de manera absurda, salida a ese afán de plenitud e integridad dibujando la ilusión, la plenitud y la felicidad en un falso mañana que ni hoy llega ni mañana lo hará. Pues la felicidad es hoy, o no es.

Sin embargo, y a pesar de años de domesticación permitida, no es posible quitarle a la humanidad lo que es suyo por naturaleza, que no es mas que su lugar, y el eco de una conciencia que despierta y empieza a reflejarse rompiendo viejas cadenas de patrones aprendidos, yendo un paso más allá; brotando en diversos y sorprendentes lugares de nuestra sociedad. Hablo de una revolución, un cambio, la manifestación de una transformación, de desenterrar ideales olvidados, de esa sed de justicia que de una u otra manera en todos se manifiesta, que palpita. La moral cultural del hombre, aquella cuyos parámetros ahora varían con el tiempo según conveniencias políticas o económicas, la inconsistencia de las leyes que determinan esta retroalimentación entre el individuo(os) y el mundo que le rodea, no es suficiente para para salvar las necesidades del hombre, para permitirme alcanzar los niveles necesarios para encarnar sus acciones, para ser y manifestarse.

Y no hablamos de nada nuevo, la filosofía, la historia, la física... todos los campos humanos de estudio y conocimiento llegan a las mismas conclusiones de una manera u otra. Esta transformación no es simple filosofía, visión, no es creencia ni religión. Es una aplastante lógica que dicta y evidencia la necesidad de actuar de acuerdo a un orden superior, que sale a la luz en forma de ciencia, en forma de verdad refutable ante todos y cada uno, convirtiendo una comprensión, una visión, en una realidad de hecho. La forma abstracta de la idea que se manifiesta en una expresión de la naturaleza, que como sabia maestra una vez más, nos posibilita comprender e intuir la realidad que va más allá de nosotros mismos.

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