miércoles, 26 de octubre de 2011

2. Ética de máximos o personal



La ética de máximos es la reflexión filosófica sobre los criterios que, una vez garantizada la convivencia de los ciudadanos, propugne un determinado estilo de vida buena, de vida feliz; aquí bueno es más que correcto, justo o debido, es algo deseado como fuente de satisfacción personal: lo debido es aquello que por pura coherencia con las condiciones de posibilidad de todo querer no podemos dejar de desear -deseo necesario pero no suficiente-, mas el deseo de felicidad no lo vive como satisfactorio porque, siguiendo la etimología, no hace lo suficiente. 
Ética personal no significa ajena a la legitimidad. Creer que en la intimidad uno puede hacer lo que quiera es un equívoco que se origina a partir de dos errores previos:
  1. a)  El error legalista de creer que legalidad y legitimidad son lo mismo y que, por tanto, puede uno hacer lo que quiera porque, como no existen deberes jurídicos hacia uno mismo, tampoco hay deberes morales para con uno mismo.. Y eso no es cierto: no es indiferente a la ética vivir narcotizado, desaprovechar las capacidades y talentos personales, desperdiciar el tiempo, no velar por la propia salud, etc. Y si hay un derecho a la educación y un deber de otros de educarme, también uno tiene el deber de educarse. 

  2. b)  El error voluntarista que se basa en el siguiente falso silogismo: lo tenía que decidir yo, lo he decidido yo, por tanto, es correcto. No es suficiente con la decisión personal para que la decisión sea correcta, ha de pasar la prueba de la universalización no contradictoria, también en los aspectos más íntimos de la vida privada (¿si todo el mundo hiciera lo mismo? ¿es justo y el sistema sería sostenible?). Toda ética de máximos lo es, al mismo tiempo y en tanto que ética, de mínimos, pues una felicidad injusta es un absurdo moral -una contradicción-, dado que la felicidad, por definición, es vida buena. Pero más allá de los mínimos de justicia, más allá de la convivencia, se incluye una apuesta por una concepción determinada de la felicidad, se promulgan opciones concretas por una vida plena. 

    Toda moral de máximos que, más allá de su justificación histórica, se legitime en una ética de máximos es, por tal motivo, correcta; no ocurre lo mismo si la única justificación que pueda ofrecerse de una moral de máximos determinada es sólo la apelación a la autoridad de un líder, de la historia o de la tradición, pues sería una moral sin Ética, o sea, una moral inmoral por ilegítima, por infundada.


    Una ética sin moral es un mero ejercicio especulativo, un rotundo fracaso, ya que la crítica ética obedece a motivos morales, a saber, descubrir qué es una moral reprobable. De hecho, la ética es eso, moral pensada, y lo que a todos nos interesa es la moral auténticamente vivida con autonomía, convicción y responsabilidad, manifestadas en usos y costumbres -mores-, y arraigada en el carácter -ethos-. La ética, aunque filosofía moral, no puede renegar de la finalidad de su reflexión: forjar caracteres personales fruto de hábitos libremente escogidos.

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