domingo, 30 de octubre de 2011

4. Ética de la organización



En las unidades de atención al usuario tenemos cinco grupos de interés, a saber, las administraciones, el usuario, la familia, la organización y la sociedad en general: una buena comunicación entre ellos para que sepan qué corresponde a cada cual es fundamental. Por esto, si bien es ineludible contar con el profesional, no se le puede dejar solo: hace falta la ética de la organización dónde se consensúa, qué menos, el modelo de ciudadano por el que debemos trabajar, los discursos coherentes que dirigirles, y los argumentos que se deben dar de porque sí o no a las diferentes peticiones. Los profesionales de estas unidades, solos, no pueden, nosotros, los usuarios todos, sin ellos, tampoco podemos. Depositar, por lo tanto, toda la bioética en este nivel micro es desmoralizarlo, condenarlo a quijote que quiere pero solo no puede. Por esto hace falta hablar a la vez de las responsabilidades de las organizaciones e instituciones donde trabajan los profesionales, de sus asociaciones profesionales y de la política socio- sanitaria:



a) Trabajar por un ethos corporativo, que no es el mismo que la suma de estilos personales, un ethos que pretende explicitar lo que se quiere conseguir como organización, como lo quiere conseguir, es decir, qué es el estilo por el cual se quiere caracterizar y, si fuera necesario, distinguir como organización dentro del sector, y cuál es el modelo de ciudadano al que se dirigen.




b) Un código ético (con comité dinamizador) puede ser un instrumento por conocer los valores y desde él concretar el tipo de acciones y procesos que la organización espera de su personal; pero como se trata de ética, no debe ser el código un reglamento jurídico interno; para ello se requiere formación, empoderamiento (la responsabilidad es proporcional al poder) y cuidado, no solamente del cliente, sino también de toda la gente que allá trabaja.


c) Generar democracia participativa: son necesarios foros de discusión, participación y deliberación, donde el conflicto sea concebido como síntoma de creatividad y de confianza en el cambio y la mejora.

d) Y todo esto no se consigue más que contando con los individuos que integran la organización, para lo cual hace falta generar un cierto sentimiento y orgullo de pertenencia a ésta. El profesional representa y proyecta la organización, es su cara visible y de él depende, en una importante parte, cómo vaya y hacia dónde.

Por ello no se debe dejar al profesional, cuando toma de decisiones, en la completa soledad: la verdad, la justicia y el bien se descubren mejor en entornos dialógicos. Uno solo no puede proyectar todo lo que se debe proyectar, ni controlar toda la complejidad, necesita del equipo y de su confianza. El trabajo bioético se hace en equipo, delegando responsabilidad y poder proporcionalmente al saber, y con conciencia de que están todos en el mismo barco, navegando con el mismo rumbo y la misma velocidad.

Nos recordaba P. Drucker que la sociedad del s. XXI será una sociedad de organizaciones o no será.  

jueves, 27 de octubre de 2011

3. Ética profesional




La Ética profesional es la reflexión filosófica sobre los criterios que, una vez garantizada la convivencia de los ciudadanos por la Ética civil -marco de referencia de toda Ética aplicada-, deben regular la plasmación de aquella ética en los contextos concretos de las áreas profesionales. La ética de las profesiones reflexiona sobre los fines que legitiman una actividad profesional, y el fin (nos lo recuerda Aristóteles) que es el bien o servicio que una profesión rinde a la sociedad.

El mundo de las profesiones, a raíz del rápido cambio fruto del desarrollo tecnológico y la ampliación del saber, requiere continuamente de la tensión dialéctica entre el marco de referencia de la ética civil, los conocimientos, los recursos económicos y el largo etcétera de factores a tener en cuenta para hacer bien el trabajo que uno debe hacer. Dentro del marco reflexivo sobre las finalidades -bienes-, deberes -exigencias a cubrir- y derechos -condiciones ineludibles para llevar a cabo finalidades y deberes- de un sector profesional, pueden explicitarse, según las morales de máximos, las épocas históricas, las culturas, etc., un conjunto de normas y obligaciones más concretas que vinculen a un colectivo de profesionales.

 Tal código deontológico está sometido al cambio, y al no ser un código jurídico, sino moral, no puede imponerse por coacción externa forzando la conciencia de los individuos que lo deben asumir.

Hay una ética profesional, en tanto que ejercicio crítico y reflexivo sobre las profesiones, sus finalidades, sus trasformaciones, pero varias morales profesionales, pues una moral profesional será el conjunto de criterios, códigos deontológicos y juicios por los que las personas que ejercen un determinado oficio orientan o pretenden orientar su actuación concreta; dicha moral profesional puede cambiar según los países o las épocas, y sólo será legítima en su empeño, dentro del marco global de la ética civil ahora aplicada, por cumplir bien con el trabajo, logrando las finalidades intrínsecas -el bien- de la profesión.

En la bioética, como ética aplicada, se aprecia con claridad el ensamblaje entre ética y moral, entre mínimos y máximos, entre convicciones y responsabilidades, entre formas y materias. De ese modo, en la ética profesional se alude a lo esencial de una profesión, su forma, sus condiciones de posibilidad, sus compromisos y las responsabilidades mínimas a asumir.
Los mínimos deontológicos son necesarios pero no suficientes: hace falta el compromiso con la auto-realización, con la profesión y con las generaciones futuras de ciudadanos y de profesionales. El código explicita las condiciones de posibilidad por ejercer la profesión, sus compromisos y las responsabilidades mínimas a asumir, pero si en la práctica cotidiana el profesional se limitara a esto, a no ser negligente en el trabajo -que es un deber-, no tendríamos suficiente para forjar la ineludible confianza: hace falta además la excelencia o la virtud. La excelencia es relativa a cada cual, a su circunstancia, a su vivencia de la profesión, a la motivación que encuentra en el entorno organizacional donde la ejerce y le lleva hacia la auto-realización. El trabajo excelente demanda el máximo del profesional, vocación, placer, pasión, algo aconsejable mas nunca exigible.


miércoles, 26 de octubre de 2011

2. Ética de máximos o personal



La ética de máximos es la reflexión filosófica sobre los criterios que, una vez garantizada la convivencia de los ciudadanos, propugne un determinado estilo de vida buena, de vida feliz; aquí bueno es más que correcto, justo o debido, es algo deseado como fuente de satisfacción personal: lo debido es aquello que por pura coherencia con las condiciones de posibilidad de todo querer no podemos dejar de desear -deseo necesario pero no suficiente-, mas el deseo de felicidad no lo vive como satisfactorio porque, siguiendo la etimología, no hace lo suficiente. 
Ética personal no significa ajena a la legitimidad. Creer que en la intimidad uno puede hacer lo que quiera es un equívoco que se origina a partir de dos errores previos:
  1. a)  El error legalista de creer que legalidad y legitimidad son lo mismo y que, por tanto, puede uno hacer lo que quiera porque, como no existen deberes jurídicos hacia uno mismo, tampoco hay deberes morales para con uno mismo.. Y eso no es cierto: no es indiferente a la ética vivir narcotizado, desaprovechar las capacidades y talentos personales, desperdiciar el tiempo, no velar por la propia salud, etc. Y si hay un derecho a la educación y un deber de otros de educarme, también uno tiene el deber de educarse. 

  2. b)  El error voluntarista que se basa en el siguiente falso silogismo: lo tenía que decidir yo, lo he decidido yo, por tanto, es correcto. No es suficiente con la decisión personal para que la decisión sea correcta, ha de pasar la prueba de la universalización no contradictoria, también en los aspectos más íntimos de la vida privada (¿si todo el mundo hiciera lo mismo? ¿es justo y el sistema sería sostenible?). Toda ética de máximos lo es, al mismo tiempo y en tanto que ética, de mínimos, pues una felicidad injusta es un absurdo moral -una contradicción-, dado que la felicidad, por definición, es vida buena. Pero más allá de los mínimos de justicia, más allá de la convivencia, se incluye una apuesta por una concepción determinada de la felicidad, se promulgan opciones concretas por una vida plena. 

    Toda moral de máximos que, más allá de su justificación histórica, se legitime en una ética de máximos es, por tal motivo, correcta; no ocurre lo mismo si la única justificación que pueda ofrecerse de una moral de máximos determinada es sólo la apelación a la autoridad de un líder, de la historia o de la tradición, pues sería una moral sin Ética, o sea, una moral inmoral por ilegítima, por infundada.


    Una ética sin moral es un mero ejercicio especulativo, un rotundo fracaso, ya que la crítica ética obedece a motivos morales, a saber, descubrir qué es una moral reprobable. De hecho, la ética es eso, moral pensada, y lo que a todos nos interesa es la moral auténticamente vivida con autonomía, convicción y responsabilidad, manifestadas en usos y costumbres -mores-, y arraigada en el carácter -ethos-. La ética, aunque filosofía moral, no puede renegar de la finalidad de su reflexión: forjar caracteres personales fruto de hábitos libremente escogidos.

lunes, 24 de octubre de 2011

1. Ética Cívica o de mínimos



La ética cívica es la reflexión filosófica sobre los criterios que posibilitan la convivencia pacífica de ciudadanos con distintas morales. Esta ética se limita a poner de relieve aquello común en las distintas morales y sus rasgos comunes. Es por ello que la ética civil es una ética mínima, no dicta todas las normas a seguir, sino sólo -es un "sólo" de modestia, que no de falta de importancia- aquellas normas exigibles a todos los ciudadanos para crear una convivencia humana, o sea, la propia de una sociedad que respeta los seres humanos, seres con derechos (bienes indispensables, primarios y prioritarios, para poder vivir humanamente) y, en consecuencia, con deberes (obligaciones, compromisos). Dado que esta convivencia sólo es posible en un contexto de justicia (en el que hay que dar a cada cual lo que le corresponde de derecho), también se denomina a la ética civil ética de la justicia; y como la justicia es un deber exigible a todos, resulta que la ética mínima o cívica es una ética deontológica, aquélla que, al partir de deberes, promulgará como contenido esencial los llamados derechos humanos. En ética suele distinguirse entre ética formal, aquélla que considera las condiciones de posibilidad y la esencia de toda actuación moral, independientemente de cuál en concreto sea ésta, y ética material, aquélla que establece los contenidos y mandatos concretos que todo hombre debe seguir, derivados de aquellas mismas condiciones de posibilidad formales. Por ejemplo, toda actuación moral, formalmente, debe ser autónoma, universalizable y necesariamente normativa, de ahí emanan los valores primeros e ineludibles de la igualdad, la libertad y la solidaridad, y la obligación de respetar a todo ser humano; cómo se concrete ese respeto, cómo se canalice, se instaure e incentive es algo a acotar según los diversos contextos, consecuencias, prioridades, limitaciones y, por supuesto, decisiones de los sujetos. De la ética formal se desprenderán, cual condiciones de posibilidad, los criterios de la ética mínima, la parte más estática de la ética civil; de la ética material se desprenderán los distintos contenidos de las diversas morales civiles históricas y dinámicas. Es conveniente aclarar otra distinción que se hace, sobre todo a partir de la obra de Max Weber1, entre ética de la responsabilidad y ética de la convicción. La primera juzgaría de correcto o de incorrecto un comportamiento según las consecuencias que conllevara, de modo que para este tipo de éticas el criterio de moralidad es el resultado de la acción: cuánto daño evita, cuán mal hace, cuánto bien genera. Para este tipo de ética es la previsión de consecuencias el principal punto de reflexión, no preocupan tanto las acciones como los efectos que éstas puedan provocar.

Para la ética de la responsabilidad no se trata de que las acciones sean buenas "en ellas mismas", o sea, bien intencionadas, universalizables, normativamente obligatorias (conforme dictan los criterios de la ética formal), sino, fundamentalmente, que sus efectos sean buenos -no dañen, ni impidan la autonomía y su universalización-, pues es de ellos de lo que debemos responder. En esta línea se inscriben las éticas consecuencialistas, los utilitarismos, el hedonismo. Esta cuestión es importante para la fundamentación de la bioética, pues decide el tipo de ética desde el que se parte.

Para los que defienden la ética de la convicción el criterio de moralidad radica en la intención, en la buena voluntad, en el convencimiento personal de que la acción en ella misma es una obligación, un deber autónomo y universalizable; y es precisamente el convencimiento rotundo de la corrección de la acción -que es un imperativo categórico-, el criterio último de moralidad2. Kant y los estoicos (aunque no nieguen la responsabilidad ante las consecuencias de las acciones) militarían en las filas de este tipo de ética de la convicción, arguyendo la limitación del ser humano para prever las consecuencias de una acción como principal motivo para no hacer recaer el peso de la ética en las consecuencias. En efecto, según las teorías consecuencialistas, sólo podemos responder éticamente si conocemos previamente las consecuencias, o sea, si éstas eran previsibles, lo cual depende de factores con frecuencia ajenos a la voluntad personal, como del grado de conocimiento ni del coeficiente intelectual de una persona.

De todo esto resulta que la autonomía moral absoluta no existe. A pesar de estas precisiones, tal tipo de distinciones son más pedagógicas que reales3, porque, en último término, toda acción tiene como motor valores, principios y actitudes de los que se está convencido; tampoco ninguna teoría ética pretende crear quijotes virtuosísimos abocados a la locura porque su "buena acción", en el esfuerzo por moldear humanamente el mundo, acaba ineficazmente con un resultado desastroso4: ambos elementos, convicción y responsabilidad, ética formal y ética material, son ineludibles en el comportamiento moral. De este modo, la ética civil, al ser una ética deontológica que habla de deberes exigibles a todos los ciudadanos, es una ética de la convicción, porque los derechos humanos son valores prima facie (válidos en general y prioritariamente, aunque no absolutamente), cuyo respeto convencido es el principal motor de la acción (El ser humano es la fuente ineludible e irrebasable de todo valor, hecho que le convierte a él mismo en el valor absoluto por excelencia). Pero también es una ética de la responsabilidad esta ética mínima, pues del hecho ineludible y contundente de vivir en un mundo con recursos limitados y ser el humano finito y también limitado, no quedará más remedio que priorizar unos derechos sobre otros según los contextos y circunstancias- La correcta evaluación de una acción no lo es sólo por sus consecuencias o impactos, sino también por la coherencia entre los tres elementos: valores e intenciones; cursos de acción y procedimientos; y consecuencias e impactos.

Así pues, desde la toma de decisiones que el marco referencial y procedimental que la ética civil debe generar, podemos encontrar distintas morales civiles, o sea, diversos criterios, códigos y juicios por los que las personas orientan su actuación concreta, asegurándose la convivencia en sociedades moralmente plurales. En efecto, una vez se respetan los mínimos, las decisiones concretas que un grupo nacional, por ejemplo, tome frente a un problema con el que se enfrentan cual ciudadanos, pueden variar de las decisiones que tomaría otro grupo siguiendo las mismas pautas de la Ética civil mínima; sería, pues, una moral civil diferente, pero, no obstante, moral civil: moral, por ser Ética, y civil, por facilitar la convivencia de los ciudadanos. La diferencia entre las decisiones dependerá no sólo de los contextos económicos, sociales, políticos, históricos, sino también de las morales de máximos que tengan los ciudadanos y por las que se diferencian de otros.

La ética civil es una ética mínima formal que pretende hablar de lo correcto y justo, pero sin agotar el tema de lo bueno, de lo que plenifica al ser humano, o sea, de la felicidad. La ética civil se debe a las categorías de la ciencia verdad/falso, basado o no en pruebas, en evidencias científicas, y en la justicia o la injusticia, conforme o contrario a los derechos humanos.