Las mismas leyes que se expresan en lo grande aparecen también en lo pequeño, traspasan todas las escalas de la manifestación y nos permite atisbar, si sabemos descubrir el hilo conductor, aquello que sobrepasa la capacidad de nuestra limitada mente.
La misma ley se refleja en el arte, que en cuanto a verdadero arte, se aproxima a la estética que la naturaleza presenta ante sus ojos. Intentando atrapar una esencia y mostrándola limitada por las formas, manifiesto de esa idea que se refleja en cada espectador que siente y piensa cada vez que mira, el arte es el reflejo de lo que vemos a la vez que su comunicación. Todo vibra en el universo, todo sigue su impulso vital en la dirección que le marca su razón de ser. En este proceso, la idea se concreta en la materia y la multicidad aparente de las formas que a menudo nos engaña haciéndonos olvidar que su raíz es única. El arte como expresión que se relaciona con el mundo ideal, y es capaz de trasladar al espectador de la obra de arte, algo de esa belleza arquetípica de un modo espontáneo y directo; el artísta tiene que llegar a hilvanar el mundo ideal con el material, es el puente para interpretar lo que vulgarmente no se ve y reflejarlo, vestido materialmente en forma de pintura, escultura, música o arquitectura.
Toda expresión artística exige facultades interiores de ordenación y construcción, un equilibrio interno, una imaginación disciplinada ajena al desorden de la fantasía. El arte purifica porque acrecienta la imaginación manteniéndola activa en busca de algo superior.
Y es esa misma virtud, es la que queremos reflejar en Cafeína Filosófica cuando ejercitamos el diálogo.
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