miércoles, 22 de agosto de 2012

4 Éticas a conciliar, a jerarquizar

Hablamos de: La Etica Cívica, la Ética Personal, la Ética Profesional y la Etica de la organización.

  1. Los mínimos deontológicos son necesarios pero no suficientes: hace falta el compromiso con la auto-realización, con la profesión y con las generaciones futuras de ciudadanos y de profesionales. El código explicita las condiciones de posibilidad por ejercer la profesión, sus compromisos y las responsabilidades mínimas a asumir, pero si en la práctica cotidiana el profesional se limitara a esto, a no ser negligente en el trabajo -que es un deber-, no tendríamos suficiente para forjar la ineludible confianza: hace falta además la excelencia o la virtud. La excelencia es relativa a cada cual, a su circunstancia, a su vivencia de la profesión, a la motivación que encuentra en el entorno organizacional donde la ejerce y le lleva hacia la auto-realización. El trabajo excelente demanda el máximo del profesional, vocación, placer, pasión, algo aconsejable mas nunca exigible.

    Hace falta conciliar ética personal, profesional y organizacional al servicio y dentro de una ética de la ciudadanía. El humano no es unidimensional y la gestión de la pluridimensionalidad, si complicada, es el único camino de que disponemos en sociedades moralmente plurales. Como ciudadanos formamos parte de la comunidad, hemos pero de querer ser y sentirnos parte, tomar partido y participar, por lo tanto, en la deliberación y en la propuesta imaginativa sobre qué modelo de ciudadano tenemos en mente al cual debemos atender con calidad.

    Entendemos por calidad la satisfacción de expectativas, expectativas que, en último término, podrían agrupar bajo las categorías de bienestar y justicia. En la calidad confluyen muchos factores: satisfacción del usuario, estado del conocimiento de los profesionales, valoración, por parte de los mismos profesionales, de los servicios que ofrecen, estado de la investigación, posibilidades que ofrece la organización desde sus recursos limitados, la eficacia obtenida, etc.
    De esta manera, el profesional de los servicios socio-sanitarios ha de estar al día en el conocimiento en su materia (legislación, terapias), él debe ser una fuente fidedigna de información sobre este conocimiento y debe hacer justicia al tratar a los ciudadanos. Para satisfacer expectativas se deben conocer, y se han de educar para que lo que se desea sea responsable a nivel económico, ecológico y social. Ahora bien, el profesional es responsable de la calidad de su servicio, independientemente de la satisfacción más o menos fundada del usuario inexperto, o desinformado, o del ciudadano hiperdemandador y muy bien informado.


    Es ineludible la función pedagógica de los profesionales, en su especialidad, en la búsqueda de la justicia y el bienestar (corremos el peligro de queriendo limpiar el agua sucia de la bañera, que fue el Estado de bienestar, y tirar con ella al niño, el Estado de justicia, que contenía). Sin su pedagogía, sus informes, sus peritajes, sus aclaraciones sobre las novedades de una ley, su mejora, su buen uso, no sabríamos qué podemos esperar.

    Una expectativa es correcta cuando está basada en evidencias científicas (es verdad o falso); es ajustada a los mínimos cívicos que son los derechos y deberes (es justo o injusto) y, en último lugar, importante último lugar pero último, porque el orden de los factores altera el producto, si es felicitante (si es bueno o malo).
    En efecto, la calidad del servicio de la actividad profesional radica en que el cliente esté satisfecho, pero como el cliente o usuario puede estar más o menos informado o engañado, el profesional tiene mucho que decir sobre la calidad de sus servicios, dado el estado de la legislación y la investigación que sólo él, en cuanto que experto en la materia, conoce.

    Los políticos levantan a menudo expectativas exageradas entre los ciudadanos (ley de dependencia) y que a la hora de la verdad no se pueden satisfacer porque no hay recursos humanos ni técnicos. Los trabajadores de los servicios socio-sanitarios también tienen, además de éstas, presiones personales (deben pagar hipotecas, escuelas, seguros varios, etc.) y obedecer como cualquier asalariado más. Pero son ellos los que se encuentran directamente, face to face (dan la cara) con el ciudadano. Son los profesionales los que se trabajan la confianza en la organización de la que ellos son la cara visible.

    Así pues, estas cuatro éticas, ética personal, cívica, de la organización y ética profesional no son compartimentos estancos, pues el núcleo es la persona y ésta siempre es la misma. La ética personal ha de estar presente en todas las éticas. En el contexto privado priman las éticas de máximos, y en los contextos profesionales y organizativos hemos de forjar el respeto y la convivencia entre diferentes maneras de pensar y vivir. Ahora bien, nadie abandona la moral personal fuera del hospital, del despacho, del aula, etc., tampoco olvidemos que las motivaciones a la hora de trabajar, con frecuencia, son motivaciones privadas: fama, dinero, prestigio, placer, autorrealización de la persona, etc.
    Según Aristóteles, hacer bien las cosas requiere realizarlas con cierto placer. Mas no nos llevemos a confusión, el placer no es el motivo que legitima lo que hacemos (seguramente las guardias en el hospital, o la respuesta a quejas de un ciudadano que abusa del sistema no causan placer), lo que lo legitima es la calidad del servicio ofrecido, independientemente de otras motivaciones. En efecto, la legitimidad profesional no radica en la felicidad del proyecto de vida personal, sino en la calidad del servicio que se ofrece. La ética profesional comporta una actividad reglada que incluye obtener un título, dar el mejor servicio posible, reciclarse optando por una apuesta por la mejora continua etc. Como vemos, en la ética profesional concurren una vertiente personal y otra comunitaria. Así, por ejemplo, a pesar de que la objeción de conciencia afecta a la ética profesional, tiene su origen en la ética personal; o el mismo estilo personal a la hora de hacer las cosas proviene de la ética personal. También existe una vertiente comunitaria: cuando un profesional se mueve en un entorno profesional, pertenece a una comunidad reglada y científica que lo acepta, protege o limita, según los casos. Todo esto requiere un equilibrio entre lo profesional y lo privado; y cabe recordar que sólo en la compatibilidad de estas éticas se generan conciencias morales críticas.

    Hace falta hablar a la vez de las responsabilidades de las organizaciones e instituciones donde trabajan los profesionales, de sus asociaciones profesionales y de la política de las mismas:

    a) Trabajar por un ethos corporativo, que no es el mismo que la suma de estilos personales, un ethos que pretende explicitar lo que se quiere conseguir como organización, como lo quiere conseguir, es decir, qué es el estilo por el cual se quiere caracterizar y, si fuera necesario, distinguir como organización dentro del sector, y cuál es el modelo de ciudadano al que se dirigen.

    b) Un código ético (con comité dinamizador) puede ser un instrumento por conocer los valores y desde él concretar el tipo de acciones y procesos que la organización espera de su personal; pero como se trata de ética, no debe ser el código un reglamento jurídico interno; para ello se requiere formación, empoderamiento (la responsabilidad es proporcional al poder) y cuidado, no solamente del cliente, sino también de toda la gente que allá trabaja.

    c) Generar democracia participativa: son necesarios foros de discusión, participación y deliberación, donde el conflicto sea concebido como síntoma de creatividad y de confianza en el cambio y la mejora.

    d) Y todo esto no se consigue más que contando con los individuos que integran la organización, para lo cual hace falta generar un cierto sentimiento y orgullo de pertenencia a ésta. El profesional representa y proyecta la organización, es su cara visible y de él depende, en una importante parte, cómo vaya y hacia dónde.

    Por ello no se debe dejar al profesional, cuando toma de decisiones, en la completa soledad: la verdad, la justicia y el bien se descubren mejor en entornos dialógicos. Uno solo no puede proyectar todo lo que se debe proyectar, ni controlar toda la complejidad, necesita del equipo y de su confianza. El trabajo bioético se hace en equipo, delegando responsabilidad y poder proporcionalmente al saber, y con conciencia de que están todos en el mismo barco, navegando con el mismo rumbo y la misma velocidad.
    Nos recordaba P. Drucker que la sociedad del s. XXI será una sociedad de organizaciones o no será.  


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